... Otras veces, cuando la luz del sol se ponía en el horizonte, él se sentaba en la orilla del mar y se desaparecía en el ocaso.
La brisa alimentaba sus pulmones, se relajaba su entorno, se silenciaba la tarde en sus oidos y siempre le amanecía una sonrisa imposible. Era una sensación de ingravidez, un vuelo en cielo abierto, una caida libre hacia las sensaciones sin nombre.
Y de nuevo el recuerdo llegaba a su puerto junto a la última ola de la tarde, esa que trae el reflejo de la luna junto a los pies bañados por la espuma tibia y serena de la mar...
La mar, gigante inmenso de habitantes sin rostro, de silencios acuáticos, de continentes perdidos, de sirenas y atlantes...
La mar, invernadero de nostalgias y tristezas...
La mar...